CARTA FILOSÓFICA
DE MIGUEL SENDIVOGIUS
Habiéndoos visto dudar de una ciencia de la cual deberíais estar más persuadido, me ha parecido necesario trazaros sus fundamentos, de acuerdo con lo que la lectura de los verdaderos Filósofos y la experiencia me han enseñado. A este efecto no uso de ninguna retórica, juzgando superfluo adornar la materia del mundo, que es la más bella por sí misma. La Santa Escritura, que está dictada por el Espíritu Santo, y contiene la palabra del gran Dios, desprecia el adorno y gusta sólo de las sentencias verdaderas y sencillas. La ignorancia, en cambio, y la mentira, de la que el padre de mentira arrojó la simiente en las Escuelas modernas, quiere ser revestida de perifollos para ocultar sus defectos; el arte y el colorete, son para las bellezas imperfectas. Veréis, en la continuación de esta Carta, una Física que parecerá extravagante e impertinente en el sentir de esas mismas Escuelas, y por adelantado os digo que el más insignificante pedante la condenará con tanta osadía como si la comprendiera muy bien, y que mis sentimientos serían proscritos por su razón, tan libremente como pudiera hacerlo si nuestra santa Ciencia estuviese sometida a su jurisdicción.
Pero dejo a cada uno que juzgue libremente y no quiero castigar a los presuntuosos e ignorantes más que con sus propias cualidades, que conservarán como penitencia. De suerte que no pretendo escribir esta carta más que a vos, que tenéis la clave para descifrar su contenido misterioso, a fin de que podáis confirmar vuestro conocimiento y apoyarlo sobre un cimiento inconmovible para dar gloria a Dios y servir a vuestro prójimo. Hallaréis la mayor parte de lo que os escribo, en los Filósofos, pero en ninguna parte lo veréis reunido de este modo, en tan pocas palabras. Estas son sencillas, pero importantes y verdaderas. Leed, volved a leer, y pensadlo bien, relacionando todo con la piedra de toque que es la naturaleza; ella os saldrá como mi garante de la verdad. Haced un paralelo de esas investigaciones con mis palabras y guardad para vos mismo las observaciones que sacaréis. Por tanto, a fin de comprender de lo que se trata, sabed que la Física es una ciencia mediante la cual se explican las sustancias naturales, en su carácter de naturales con su armonía; es la ciencia de la naturaleza o una costumbre mediante la cual conocemos la naturaleza y las cosas que le deben el ser.
El autor de esta naturaleza es el mismo Dios, que subsiste naturalmente por sí mismo, sin comienzo ni fin. Es soberana y únicamente Sabio, poderoso y Bueno. Como es infinito, y nosotros somos finitos, no podemos decir nada de El que no se halle demasiado por debajo de su gloria y perfección; una parte no puede, en forma alguna, comprender al todo: la excelencia de sus obras le magnifica mucho más que la debilidad de nuestra expresión.
DEL CAOS
Cuando contemplamos sus obras en general, observamos, a partir de su comienzo, el Caos, los Elementos y las cosas elementadas. El Caos era un agitado compuesto del agua y del fuego vivificador, para que todas las cosas de este mundo fuesen producidas por el Verbo eterno de Dios. Era la materia conteniendo todas las formas en poder, que en seguida se manifestaron cuando su voluntad se redujo a acto. Aquel cuerpo informe era acuático, y llamado por los griegos hulé, indicando con la misma palabra al agua y la materia. Esta materia ha sido diferenciada por Dios en tres clases: en región Superior, Media y Baja. La superior es completamente iluminada, eminente y sutil. La baja absolutamente tenebrosa, crasa, impura y grosera. La media está formada por una mezcla de ambas cualidades.
No obstante, la última clase o región baja contiene todas las esencias y virtudes de las criaturas de la superior, de modo que lo que las criaturas superiores son actualmente y en forma manifiesta, las criaturas inferiores lo son en poder y en esencia oculta. La clase o región superior es recíprocamente creada, de suerte que no hay nada en la inferior de lo cual ella no contenga la naturaleza y las virtudes; lo que las esencias superiores son interiormente, las inferiores lo son interiormente. Sin embargo, ambas no pueden, obrar igualmente, porque las criaturas superiores intelectuales pueden actuar, si lo desean, del mismo modo que las inferiores; pero las inferiores se ven impedidas, por la crasa tenebrosidad de su cuerpo, de actuar como lo harían los Ángeles, a menos de ser iluminados de lo alto y dotados de virtudes divinas y más que humanas. En todo lo que antecede, hay que observar que la región inferior no se halla enteramente desprovista de luz, ni la superior de alguna mezcla (aunque delicada) de tinieblas, porque únicamente el Creador habita en una luz pura e inaccesible. La criatura, aunque opuesta la una a la otra, no carece jamás de mezcla para procrear por esa potencia extensa y remisa, como el brazo corto y largo en Geometría, y es por medio de esta operación admirable que el movimiento ha ordenado el Caos. La palabra eterna del Padre separó primeramente los elementos, y después las cosas elementadas superiores e inferiores, tanto terrestres como celestes y supracelestes. Porque la creación del Cielo presupone la de los habitantes, que son los Ángeles bienaventurados, a los cuales se hace semejante el alma del hombre cuando, separada de los sentidos materiales y depurada de las impurezas por el Espíritu Santo, se eleva en firme fe a Dios, buscando y hallando, en el padre de las luces, esa claridad sobrenatural desconocida para el hombre sensual. Por ese camino, la gracia del Señor manifestó a su servidor Moisés esta reacción maravillosa; por esa misma gracia, mortificando nuestra carne perversa y resucitando en una nueva vida, elevamos el vuelo de nuestra alma por encima de todo lo que de material existe, penetrando las tinieblas confusas del caos, para observar, tanto `por la palabra revelada de Dios, como por la luz de su claridad que eminentemente reluce en sus grandes obras y en el hombre creado a su semejanza, los pasos de est operación maravillosa, hasta que esta chispa de luz, de la que somos capaces en esta mortalidad, llegue a crecer para iluminarnos plenamente en la Eternidad.
Hay que observar tres cosas en este caos: 1º, el agua primera e informe; 2º, el fuego vivificador, por medio del cual el agua ha sido agitada; y 3º, la manera cómo se han producido los seres particulares en ese caso o ser general. Esta agua informe e imperfecta, era incapaz, sin el fuego vivificador, de producir nada. Primeramente era el agua elemental, y contenía el cuerpo y el espíritu, que conspiraban juntos a la procreación de los cuerpos sutiles y groseros. Esta agua primera era fría, húmeda, crasa, impura y tenebrosa, haciendo en la creación el papel de la hembra, así como el fuego, cuyas innumerables chispas como machos diferentes, contenía otras tantas tinturas propias a la procreación de las criaturas particulares. Este fuego que precedió a lo elementario, vivificó todo lo que se produjo del caos; es el de la naturaleza, o, para decirlo mejor, el espíritu del Universo sutilmente difundido en esa agua primera e informe. Se puede llamar a ese fuego la forma, como al agua la materia, confundidos juntos en el caos. El no subsistiría separadamente sin el agua, que es propiamente su habitáculo, materia o vehículo que le contiene. De todos modos, ese fuego no es más que un instrumento subalterno, y que no puede obrar en ninguna forma por sí sólo, porque no es más que una herramienta material de la gran mano inmaterial de Dios, o de su palabra no creada que ha emanado de El, y de El procede continuamente, como vemos en el I y II capítulos del Génesis, haciendo, por medio de ese fuego, las impresiones de diferentes tinturas sobre diversas especies.
Llamó tinturas a las potencias astrales y puntales. Porque la tintura es como un punto esencial, del cual, como del centro, salen los rayos que se multiplican en su operación. Mas como dichos rayos no podrían actuar por sí mismos a causa de su proximidad y parecido, han necesitado un cuerpo acuático diferente a sus propiedades, para que su masa, por ese fuego central y mediante la disposición de la palabra de Dios, así como las demás cosas, tomen forma. El fuego no es un cuerpo, pero lo toma de fuera de él y lo utiliza para el fin que tiene destinado: habita de mejor grado en un cuerpo perfecto que en otro que no lo sea; contiene las definiciones de todas las cosas y recibe en sí, según las virtudes de su imaginación que el verbo eterno de Dios le ha impreso, las disposiciones de las diversas simientes; es cálido, seco, puro y diáfano. Estas dos últimas cualidades son las fuentes de toda luz; su calor le hace actuar sobre el agua, por ser el principio de todo el calor de los elementos y de las cosas elementadas; su sequedad es el principio de constancia en las criaturas; su diafanidad denota su utilidad, que le hace penetrable toda clase de cuerpos; su pureza excluye todas las imperfecciones, porque el fuego las rechaza lejos de sí y aspira a la constancia de la Eternidad, como se verá con el fin del mundo y con la nueva creación. Aristóteles le llama bastante impropiamente el principio del movimiento. Por tanto, el fuego es la naturaleza que no hace nada en vano, que no podría errar, y sin quien no se hace nada. Porque este espíritu actuante, si bien es inherente en diferentes cuerpos de este mundo, es, no obstante, siempre el mismo; y aunque sirva para vivificar tinturas diversas, según están distinguidas en las criaturas por el Creador, él no hace más que disponerlas de acuerdo con su capacidad.
Así creado este caos, Dios comenzó a trabajar en ese cuerpo tenebroso, infundiéndole algunos rayos de luz por medio del Espíritu de Dios que se movía sobre las aguas, separando las tinieblas de la luz, y dando a las tinieblas la residencia inferior y media, así como a la luz la superior. Separó las aguas de las aguas, colocando la material y grosera en el mar y en la tierra, y elevando la sutil y la espiritual debajo y encima del firmamento, y en cuanto ella pudo servir de vehículo, de instrumento y de mediadora al Espíritu universal, para llevar las órdenes y las ayudas activa a los espíritus pasivos y particulares de los sublunares. No bastante esto, Dios concedió el tercer grado de luz, separando la tierra o lo seco, de las aguas y del mar, a fin de que la tierra no se viese impedida por la mezcla excesiva de las aguas, de producir las hierbas y los árboles que dan frutos. Separó también, por la extensión de los Cielos, las aguas inferiores de las superiores, y creó de la luz difusa antorchas para distinguir los tiempos y las estaciones, para operar por sus rayos o influencias mesuradas sobre las criaturas, a las que creó de sus elementos distinguidos para vivir en ellos y habitar este edificio admirable del que dió el Señorío al hombre hecho a su imagen y según su semejanza para servirle y bendecirle.
DE LOS ELEMENTOS EN GENERAL
El elemento es un cuerpo separado del caos a fin de que las cosas elementadas coexistan por él y en él; es el principio de una cosa, como la letra lo es de la sílaba. La doctrina de los elementos es muy importante, porque es la lave de los sagrados misterios de la naturaleza.
Los elementos conspiran juntos y se convierten fácilmente los unos en los otros, y vemos a la tierra convertirse en agua, ésta en aire y el aire en fuego. La tierra se convierte en agua cuando el agua, por el movimiento del calor del centro de la tierra, penetra por sus conductos en forma de vapor y recibe de ella, por esta exhalación, la esencia sutil, de suerte que no aparece ninguna diferencia entre el agua y la tierra. Esta tierra reducida a agua por el calor del Sol, elevada en la región media del aire, sufriendo allí digestión durante algún tiempo, se convierte en fuego y forma los truenos y los rayos. Quien conoce el medio de cambiar un elemento en otro y hacer ligeras las cosas pesadas y pesadas las ligeras, se puede llamar verdadero Filósofo. Esto no se consigue sino mediante un cierto caos universal, cuyo centro contiene las virtudes de las cosas superiores e inferiores reduciendo la tierra a agua, el agua a aire, el aire a fuego. Jamás existe un elemento sin otro, porque el fuego sin aire se apaga, el agua sin aire se pudre, la misma tierra no podría formar un globo sin el agua, la cual, sin los demás elementos, no produce nada.
El fuego purga al aire, el aire al agua, el agua ala tierra, y por el movimiento del fuego, uno se perfecciona en el otro. El fuego es siempre el menor en cantidad, así como el primero en calidad; donde él domina; engendra cosas perfectas. Los elementos son activos cuando trabajan en un cuerpo para formar con él algo nuevo; pasivos cuando uno sufre que el otro haga allí algo, y mientras el uno obra el otro huelga. El agua actúa sobre el fuego, concentrándolo por la reclusión en su cuerpo; el fuego trabaja la tierra a fin de elevarse a su propia dignidad, y esto durará hasta tanto que todos los elementos, por medio de una acción mutua, alcancen la soberana perfección. Los elementos superiores obran mucho más perfectamente que los inferiores, como resulta evidente por los actos del Cielo o del fuego, a causa de su pureza y elevación, en virtud de la cual exaltan a los elementos inferiores, en cambio, rebajan o atraen y humillan a los superiores. Y es por medio de esta atracción y expulsión que el mundo respira y vive, comunicando el ser de las cosas superiores (como se ha dicho) a las inferiores, y así recíprocamente. Esta maravillosa operación se hace mediante el espíritu del Universo invisible e impalpable en sí, a no ser que se haga tal por razón de la situación y de su vehículo. Así es como ese Mercurio, ese mensajero del Cielo que lleva sus órdenes a la tierra, toma ciertas alas propias para facilitar su vuelo. Este instrumento es visible y palpable; pero el espíritu en sí mismo no lo es, por ser de una naturaleza enteramente espiritual y cuya esencia escapa a los sentidos.
Para comprender mejor este misterio, que es muy grande y excelente, consideramos que la tierra y el agua ocupan el habitáculo inferior, por ser menos excelentes que el Cielo, que es el fuego, y que está situado encima como el aire, que es un elemento medio entre el fuego sutil y la tierra; y el agua grosera se coloca entre los dos. Ahora bien, para que la tierra fuese exaltada por el fuego y elevada a la soberana perfección, era necesario que el fuego la volviese a purgar de su inmunda crasitud, y que a este objeto fuese depositado en su vientre para actuar en él hasta tanto que habiendo separado toda la impureza de la tierra, atrajese su esencia pura y sin heces. Pero esta tierra virgen no puede obrar sin los elementos medios, el fuego obra sobre el agua, que compone un mismo globo con la tierra, y mediante el aire, sutilizando esa agua por un calor, reduciéndola de ese modo a vapor, y uniendo al mismo tiempo la tierra a su naturaleza. De este modo la naturaleza, que procede siempre con orden, tiende desde las cosas bajas, pasando por las medianas al vértice de perfección, y como la tierra es un cuerpo compacto, el agua no la puede transformar de golpe a su propia naturaleza; por eso se eleva con frecuencia mediante el calor del Sol, que la destila y la devuelve sobre la tierra, a fin de que la lleve la virtud del fuego, para que por sus aspersiones reiteradas la tierra se resuelva en sus simientes, porque las simientes de tierra inherentes tienen en sí el fuego de la naturaleza, que participa del fuego celeste, el cual convierte, mediante vapores muy sutiles, la tierra en agua, para poder penetrar y vivificar las entrañas de las semillas. Después de esto, la convierte, mediante vapores muy sutiles, la tierra en agua, para poder penetrar y vivificar las entrañas de las semillas. Después de esto, la convierte, por una digestión continuada, en un aceite cristalino que representa al aire por su claridad diáfana, y por fin la enciende, después de haberla despojado de todas sus impurezas con su llama ardiente, haciéndole expirar de día en día y subir a los lugares superiores a través del aire y reduciéndola a la misma esencia del fuego. He ahí cómo un elemento participa la naturaleza del otro; por tanto, el elemento es un cuerpo espiritual que contiene una materia grosera y visible; no pueden reposar, sino que están en un movimiento perpetuo, para colaborar en la procreación de las cosas; los unos se inclinan más en sus desigualdades hacia la forma corporal, y los otros hacia la naturaleza espiritual.
Cuando esos elementos se hallen un día (por la emoción nueva de la nueva creación) desprovistos de toda impureza, entonces su cuerpo y su espíritu se verán en justo equilibrio y ligados por el lazo sagrado de la eternidad; quitada la desigualdad, también lo será el movimiento que compone al tiempo, y allí donde éste no existe, aparece por sí misma la eternidad.
De todas las materias que conocemos, la más igualmente compuesta es el oro, que teniendo elementos puros y desprovistos de desigualdad, se acerca a la eternidad más que ninguna otra materia y proporciona, hecho espiritual y aplicable al cuerpo humano, una Medicina que sobrepasa en mucho a todas las demás Medicinas. Y sin obstáculo de la maldición que el pecado atrae sobre nuestros propios elementos y sobre nuestros alimentos, esta excelente Medicina haría además, con seguridad, otro efecto aun. Hablando hace poco de la armonía, tocaré esta cuerda más claramente, haciendo ver que no es imposible representar mecánicamente al Macrocosmos con los elementos de este Universo, bajo la forma de un movimiento perpetuo; sin embargo, confieso que no le conocemos más que en parte, porque el pecado nos echó fuera del Paraíso cuya entrada nos está prohibida en esta vida caduca y miserable. No obstante, trataremos de atrapar alguna rama que pase por encima de la pared de jardín del Edén, y no pudiendo entrar en él ni comer la fruta del árbol de la vida, trataremos de tener al menos alguna hoja suya, aunque (como se ha dicho) secada y corrompida por nuestra desdichada iniquidad.
DE LOS ELEMENTOS EN PARTICULAR
Y DEL FUEGO ELEMENTARIO O DEL CIELO
El fuego y el aire son los elementos superiores. El fuego es el primero, en comparación con todos los otros, a causa de su pureza, sutilidad y perfección, causada por la simplicidad, que lo hace más noble y más poderoso; el espíritu del Universo lo posee y fortifica maravillosamente. El aire, por ser menos puro, no le penetra jamás a fondo, ni se une totalmente a él, sino después de haber sido purificado de sus heces. El fuego elementario no obra más que cuando está concentrado, entonces sus rayos toman fuerzas y arrojan poderosamente sus influencias. Después que Dios hubo concentrado, entonces sus rayos toman fuerza y arrojan poderosamente sus influencias. Después que Dios hubo concentrado (Génesis, I, versículo 10) los elementos y (versículo 11) las cosas elementadas, concentrando el fuego o el punto astral dentro de las simientes particulares, concentró también (versículo 14) la luz difusa en ciertas luminarias para enviar (versículo 15) sus rayos a la tierra y allí hacerles actuar. Cuando quiere actuar, arroja (siendo el más fuerte en el cuerpo) a los vapores impuros y superfluos al aire, para que allí sean digeridos, si él es el más débil, los vapores le oprimen y sofocan; porque el fuego trata de purificar todas las cosas y reducirlas a la soberana perfección, como saben los Filósofos. Y cuanto más penetrante es un elemento, es también tanto más activo. Es puro y no sufre impurezas. Los hay de dos clases; porque es interior o exterior; el exterior provee al interior, excitándolo para agitar las diferentes cualidades del cuerpo que penetra y dar término a la obra de la naturaleza; esos dos fuegos son tan familiares y colaterales, que al encontrarse con sus fuerzas en un mismo sujeto, el uno fortifica al otro para alcanzar la cumbre de la perfección. El fuego es un elemento que actúa en el centro de cada cosa, por el movimiento de la naturaleza, que causa la emoción, la emoción el aire; el aire el fuego, y el fuego separa, purga, digiere, colorea y madura cada simiente en la matriz y en la situación que el Creador le ha asignado desde el comienzo. Este elemento no puede soportar el agua cruda, sino que la rechaza y la reduce a vapor mediante su calor. No es que sea imposible hacer compatible el agua con el fuego y hacerla durar en la llama más grande hasta hacerlos inseparables, pero el camino es conocido por muy pocas personas y pertenece a la cábala de la Filosofía secreta. El fuego elementario es el Cielo o el firmamento mismo donde residen los astros, cuyas influencias visibles convencen de error a aquellos que las niegan. Contiene abundantemente el Espíritu del Universo, que es el fuego, se comunica por el vehículo del aire a las cosas sublunares y les da vida; porque la vida no es más que un flujo de fuego natural en el cuerpo vivo. Esto debe entenderse que es para la vida animal, porque la vida del alma razonable es un flujo de fuego mucho más notable y más puro, de substancia supraceleste, que saca su fuego exterior directamente del Espíritu de Dios, que la vivifica y purifica, comenzando por la atención de los rayos de su fe, y por la comunicación o impresión de los rayos de su gracia y luz, a inspirarle los principios de la vida eterna, en espera de que, acompañada de un cuerpo despojado de toda impureza,. pueda comparecer glorificada ante el trono de Dios Los Cuerpos que subsisten en el Cielo, atraen de él su alimento, y en seguida envían sus rayos o influencias sobre la tierra; para impedir que por esta emisión disminuya su virtud, el Eterno ordenó por su sabiduría inefable que atrajesen de la tierra tantos elementos purificados como los que la envían. Y así es como se hace la admirable circulación de la naturaleza, de la cual esta operación de rayos es la gran rueda. El fuego supremo es el Cielo empíreo, donde residen Astros espirituales, que no tienen cuerpos de luz compacta; son de una esencia más sutil y eminente que los astros visibles, y tienen bastante más poder; son Espíritus que representan cada uno las Fuerzas y las Virtudes de este Universo, disfrutando, por razón de su gran sencillez, pureza y perfección, de una beatitud permanente.
Las tinieblas que velan nuestras almas en este mundo corruptible nos hacen invisibles los Astros que asisten ante la Majestad Sagrada del Eterno; ellos ven (fuera de tiempo) al mismo tiempo y a la vez, lo que conocemos y lo que no conocemos. Las aguas supracelestes con su aire y su fuego soberanamente puros, componen el Cielo empíreo. Se habla de dichas aguas supraceleste en el Génesis I; Daniel, 3, 6; y en los Salmos, 104, 3. Es una sustancia muy pura, luciente, sutil, inflamada, pero no consumida, que constituye la morada de los Ángeles (Schmaijm) y de los bienaventurados, el verdadero Paraíso compuesto de elementos incorruptibles y perfectos, como eran aquellos de que Adán gozaba antes del pecado. El Macrocosmos superior contiene todo lo que tiene el inferior. Por la continua influencia de esa agua incorruptible, se animan y disponen todas las cosas en este bajo mundo. Habiéndose comunicado con los Astros visibles, pasa de los Astros, al aire, del aire al agua, y por el agua a la tierra, de suerte que resulta claramente que el mundo inferior es la imagen del mundo superior. Y como en este mundo el aire se mantiene sobre el agua y el fuego sobre el aire, así sucede en el mundo angélico; el aire supraceleste está por encima de las aguas supraceleste y en lugar más eminente se halla el fuego soberanamente puro que compone la luz inaccesible donde Dios ha constituido la morada de Su Majestad. Que nadie nos censure por acometer un tema tan elevado, aparte de que no se dice nada que sea indigno de nuestro Dios, ni contrario a su santa Palabra. Hay una clave secreta que abre la puerta de esos secretos; esta oculta en un cuerpo muy común y visible a los ojos del vulgo, pero muy precioso ante los de los verdaderos Filósofos.
DEL AIRE
El aire es un elemento sutil, diáfano, ligero e invisible, el lazo entre las cosas superiores e inferiores, el domicilio de los Meteoros. No hay nada en el mundo que pueda pasarse de ese elemento. Todas las criaturas sacan de él su vida y alimento; fortifica al húmedo radical y alimenta a los espíritus vitales. Nada nacería si el aire no penetrase y atrajera el alimento multiplicador; el aire contiene un espíritu congelado, mejor que toda la tierra habitable; ese elemento es más puro que el agua y menos puro que el Cielo; participa de la pureza del elemento superior y de la impureza de los inferiores, y está ricamente dotado del Espíritu del Universo.
DEL AGUA
Los elementos inferiores son el agua y la tierra; su exaltación depende la eminencia de los superiores, y es necesario que para perfeccionarse, sean con frecuencia elevados y enriquecidos con las virtudes superiores; es preciso, digo, que la tierra se eleve a menudo por medio del agua, a fin de que el fuego que reside en las entrañas de la tierra aparezca en sus operaciones; el agua no vuelve jamás a la tierra sin ser corregida y sin traer alguna nueva virtud. La lluvia actúa más que el agua simple con que riega el jardinero. El agua no penetraría la tierra si no estuviese animada por el calor superior o inferior, como Estío, que el calor del Sol y el central sutilizan el agua y la hacen subir por las raíces de los vegetales, para terminar de ser digerida y convertirse en plantas, flores y frutas; el calor hace subir la humedad de la tierra en niebla, que una vez levantada vuelve a caer en forma de lluvia por su peso, y devuelve a la tierra su humedad para hacerla fructificar. Porque esta marea universal se acrecienta del Cielo y trae de él cada vez nuevas virtudes.
El agua es un elemento húmedo y grosero, es la morada de los peces, el alimento de las plantas y los minerales, el refresco de los animales, la ayuda de la generación y el vehículo por cuyo medio los cuerpos contienen los elementos inferiores, y reciben las influencias del Cielo. Este elemento contiene a los otros tres, y sirve para producir, conservar y aumentar todos los cuerpos que vemos. Contiene una excelente Medicina, dotada de las virtudes superiores e inferiores. Dichoso aquel que la sabe fijar con su espíritu. Así como el fuego separa las cosas que están juntas, el agua une las que se hallan separadas; la naturaleza, al reunir las cosas superiores con las inferiores por conducto de las intermedias, se sirve del agua para comunicar a la tierra lo que el fuego destila en agua por medio del aire; porque al caer en el aire la esencia del fuego, la de ambos se arroja en el agua, y ésta en la tierra, que es el receptáculo de todas las simientes; si el agua no pasara y volviera a pasar incesantemente por los conductos de la tierra, el fuego astral la consumiría por la intemperie de su movimiento, y al pasar por la tierra atrae su naturaleza, vistiéndose con su más delicada esencia, y ayudando a la putrefacción, que es la madre de la generación; porque sin agua no se produce putrefacción. Pasando por sitios bituminosos y azufrados, atrae este calor y virtud que vemos en los baños termales de Ballaruc y en otras partes. Al pasar por venas enriquecidas por metales o fuentes metálicas, atrae igualmente su virtud, y produce las aguas salutíferas, cuyas fuentes se ven en Spa y otros lugares, porque el agua huele siempre a aquello con que fue calentada, así como sucede en la composición de los caldos que los cocineros preparan todos lo días.
El calor central hace (como se ha dicho) cada día lo mismo con el agua elementaria y los frutos de las entrañas de la tierra. He ahí cómo Ecónomo y Señor absoluto del mundo hace su destilación en el Macrocosmo; algún día su bondad paterna exaltará Su Majestad gloriosa con su omnipotencia, avivando ese fuego muy puro que sirve de firmamento a las aguas supracelestes, y reforzando el grado del calor central para reducir a aire todas las aguas y calcinar la tierra, hasta que, consumidas por el fuego todas las impurezas, devuelva a la tierra purificada, para componer un nuevo mundo, consistente en un nuevo Cielo y una nueva Tierra (Apocalipsis, 21, 7), en la cual, y en elementos soberanamente puros, inmutables y exaltados, vivirán los cuerpos glorificados de los Elegidos de Dios, después de que sean cambiados (1Cor, 15, 51), para ser glorificados, es decir, purificados de la crasitud perecedera y pecaminosa que vela nuestras almas en esta vida miserable, para hacerlas capaces de disfrutar inmediatamente de la claridad divina (Is, 60, 19, y 20). ¡Oh! ¡Señor! ¿Cuándo veremos tu santa faz? ¿Hasta cuándo yaceremos en las tinieblas de la ignorancia, donde el pecado nos encadena?
En resumen: el agua, por una sal imperceptible para los sentidos, disuelve las simientes que la tierra contiene; esta disolución separa los cuerpos, esta separación los conduce a la putrefacción, y esta putrefacción a una nueva vida.
DE LA TIERRA
El último elemento es la tierra, dura crasa, impura, árida, morada de los animales, las plantas, los metales y los minerales, llena de simientes infinitas, menos simple que los otros elementos, de los que la tierra es, en realidad, el receptáculo. Es un cuerpo fijo que retiene las impresiones de las influencias de lo alto con más perfección que los demás elementos. El agua y el aire no las retienen tan bien, porque penetran hasta el centro de la tierra, de donde regresa copiosamente a la superficie. La tierra y el agua constituyen un mismo globo, y obran conjuntamente unidas en la procreación de los animales, de los vegetales y de los minerales; posee un espíritu que alimenta a los cuerpos materiales; como es de la naturaleza de la sal, se disuelve con facilidad en el agua que penetra los poros de la tierra, para tomar la naturaleza de los vegetales. La tierra consolida a los cuerpos, atemperando la humedad del agua, para lo cual toman la forma a que están destinados; el agua y el fuego trabajan sin cesar en este elemento mediante el aire; si el agua predomina, nacen cosas corruptibles; si es el fuego, salen cosas duraderas. La tierra retiene las cosas pesadas por sí mismas y rechaza las ligeras; es la madre y matriz de todas las simientes y de todas las composiciones. Es, tanto como el agua, la matriz de la Medicina universal; porque el espíritu del Universo se encuentra fijo en ella, pero no universalmente y en todas partes. Para ello, es menester convertir la tierra en agua, el agua en aire, y el aire en fuego.
De la tierra que nos viene de los alto, se saca el movimiento perpetuo, si se disuelve en su agua, mediante el fuego filosófico, después de que haya tomado la forma del caos que tenían los elementos antes de la separación de las cosas elementadas.
DE LAS COSAS ELEMENTADAS Y PRIMERAMENTE DEL ESPÍRITU
Habiendo esbozado así el caos y los elementos, hagamos lo propio con las cosas elementadas. Son sustancias que proceden de los elementos y tienen afinidad con ellos, son: o espirituales o corporales. Las primeras son creadas de la esencia de los elementos más sutiles; cuanto más sutiles son ellas, tanta más fuerza y poder tienen; la excelencia de la operación depende absolutamente de la sutilidad de la esencia. Los elementos más puros tienen los espíritus más sutiles que sirven de instrumento a la palabra eterna de Dios. Los Espíritus son superiores o inferiores: los primeros habitan el Cielo y son de la primera o de la segunda clase. Los de la primera son muy puros y habitan el Cielo Empíreo, y como están por encima del firmamento y del movimiento acompasado de los Astros, no están sujetos al tiempo; entienden y comprenden las cosas, no sucesivamente, sino a un tiempo; se distinguen en Ordenes y en Potencias (Cor, 1, 16), y habiendo Arcángeles (1 Thess, 4, 16), los Ángeles se diferencian de las Pontencias (Rom, 8, 38). Los espíritus de la segunda clase son aquellos que habitan en el firmamento de los astros visibles; como presiden las operaciones del fuego astral, se les ha llamado Salamandras; sirven de instrumento a las operaciones que los Ángeles bienhechores ejercen en las criaturas inferiores, la luz perfecta de lo alto no se comunica a lo bajo imperfecto sino por ese conducto o medio. Esos espíritus son innumerables y tienen sus funciones concretas y determinadas como las criaturas que habitan el globo de la tierra. Así como hay tantas Estrellas diferentes en el Firmamento, así existen tantos órdenes diversos de Espíritus: los hay Solares, Lunares, Saturnianos, Mercuriales, etc., que dominan con sus influencias el globo de la tierra; ellos explotan hasta las funciones morales del hombre, impulsándole a los actos de prohidad civil, con la que hemos visto adornados a los paganos; pero como esto no procede más que el Ciclo subalterno, se precisan rayos de luz del Espíritu supremo para crucificar nuestra propia carne y hasta sacrificar por la gloria divina, renunciando a todas nuestras felicidades corruptibles por los incorruptible, hasta amar a nuestros enemigos, y odiar nuestra propia naturaleza corrompida. Las impresiones que van más allá del orden de la naturaleza, proceden directamente de la luz no creada del Espíritu de Dios. Los espíritus que presiden dentro del aire consuman en ellos y convierten en su propia naturaleza ese caos compuesto por todas las cosas, del que ninguna de las cosas creadas puede pasarse; conducen los Meteoros y con frecuencia poducen, por la voluntad del soberano Creador, los efectos prodigiosos del viento y del trueno; todos no son malos, ni sujetos al Príncipe de este mundo que reina en el aire. No son universales, sino que están distribuidos en ciertas disposiciones para diferentes funciones. El remanente de los Espíritus terrestres y acuáticos tienen igualmente las suyas, de acuerdo con las órdenes del Eterno; son, tanto los unos como los otros, menos poderosos que los aéreos. Lo bueno que hacen los Espíritus en el curso de la naturaleza, procede de aquellos que son buenos y que Dios ha creado elementarios para ese objeto; lo que sucede de malo y siniestro proviene de los Espíritus malignos arrojados del Cielo empíreo causa de su rebelión por la cual están condenados a vivir, así como el hombre pecador, en lugar de los elementos puros e incorruptibles, entre los impuros y perecederos. Los diablos, Espíritus malignos, artificiosamente imitan a los elementos espirituales y corporales en las cosas elementadas, para arruinarlas, y especialmente al hombre, en el que odian la imagen del Eterno, y al que tratan, con una envidia maliciosa, de corromper, aniquilar y sumergir en las tinieblas; mas como las tinieblas no sirven más que para hacer resaltar la excelencia de la luz más aparente y más bella, asimismo su negra malicia no sirve más que para exaltar tanto más la bondad y la luz del Todopoderoso, que los hace cooperar, hasta en su condenación, y a pesar de ellos mismos, a glorificar la justicia y la Gloria de su poder infinito, por su vana e infructuosa resistencia.
DE LOS TRES PRINCIPIOS DE LA NATURALEZA
Habiendo tratado de todo lo que antecede, hay que descender para contemplar los cuerpos palpables y sujetos a nuestros sentimientos. Después de los Elementos espirituales, consideremos los cuerpos sacados de los Elementos exteriormente de una naturaleza corporal e interiormente de una naturaleza espiritual; porque los cuerpos no son sino las prisiones que encierran a los espíritus interiores y activos para limitarlos; están limitados de vida y de muerte; cuantos más órganos tienen, son tanto más corruptibles, sólo la unidad es inmortal, porque la composición presupone la separación. La primera cosa que se debe contemplar en esto, son los principios hipostáticos: son sustancias activas sacadas de los elementos de conveniente temperamento, a fin de componer las cosas elementales. A estos tres principios les llamamos la Sal, el Azufre y el Mercurio. Donde están bien proporcionados, forman una sustancia duradera; donde no lo están bien proporcionados, la cosa es impura y perecedera. La pureza consiste en la armonía y proporción de los tres, la impureza en la desigualdad.
DE LA SAL
La Sal es la sustancia de las cosas y un principio fijo comparable al elemento de la tierra. Alimenta al Azufre y al Mercurio que obran sobre él hasta que lo hayan hecho volátil como ellos, elevando su perfección. La Sal los retiene en recompensa y los coagula, comunicándoles su naturaleza fija; y como se fija y seca, junta lo que es líquido; disuelta en un licor adecuado, ayuda a disolver los cuerpos sólidos, así como su naturaleza fija los consolida por otra parte. Su vigor naciente le da fuerzas cuando está disuelta por medio del Mercurio y del Azufre. No es activa hasta que no es convertida en tal por el ministerio de los otros dos principio; entonces su poder se reduce a reacción. Porque a fuerza de ser grande la armonía entre los tres principios, uno de ellos no sabría obrar sin otro. La Sal y el Azufre preservan los cuerpos de la putrefacción, rechazando las humedades superfluas capaces de causar esa podredumbre. Ningún cuerpo sólido está desprovisto de Sal, que se dice el principio fijo seco y firme; es imposible que sin este principio pueda formarse un cuerpo.
Cuando se quema madera, la humedad groseramente mercurial y superflua se evapora, la materia groseramente sulfurada y butuminosa se consume por el fuego y se evapora igualmente, tendiendo a la perfección por su elevación; pero la Sal permanece en las cenizas con el húmedo radical fijo, que no puede consumirse ni ser destruido.
DEL AZUFRE
El Azufre es un principio graso y aceitoso que une a los otros dos principios enteramente diferentes por el exceso de su sequedad y humedad, de suerte que les sirve de medio y de ligamento para unirlos y hacerlos permanecer juntos; porque participa de una y otra sustancia teniendo parte de la solidez de la Sal y parte de la volatilidad del Mercurio; es susceptible del fuego obrando por desecación, y consume lo superfluo; en virtud de esa operación coagula el Mercurio, pero no lo hace solo, porque la Sal que tiene íntimamente incorporada le asiste poderosamente.
El Azufre produce los olores, pero si la sustancia entera de la Sal fija, sacada del interior del Azufre, se halla igualmente difusa por todas las partes del cuerpo, habrá coagulado a su Mercurio de tal modo que aquel cuerpo no dará ningún olor, como lo vemos en el oro y en la plata.
DEL MERCURIO
El Mercurio es un licor espiritual, aéreo, raro, engrosado con un poco de Azufre; es el instrumento más cercano del calor natural; da vida y vigor a las criaturas sublunares, fortificando a las que son débiles; es de la naturaleza del aire y así se muestra por su evaporación, en cuanto siente el menor calor, aunque sea comparable al agua por su fluidez, y no se contiene en sus propio términos, sino en términos extraños, es decir, en la humedad; domina en los cuerpos imperfectos y corruptibles, porque posee demasiado poca sal y azufre; pero en donde esté reducido a una misma naturaleza bien proporcionada con los otros dos principios, compone un cuerpo incorruptible, como lo vemos en el oro, del que, a causa de esa admirable proporción, se puede sacar una medicina muy excelente y saludable.
DE LA GENERACIÓN
Después de la contemplación de los tres principios de la naturaleza, hay que decir dos palabras de la simiente. Es un extracto sacado, exaltado y separado de un cuerpo por medio de un licor conveniente, madurado en los vasos propios para la propagación de su especie. El bálsamo natural, que es una esencia espiritual de los tres principios, un espíritu celeste, cristalino e invisible, habitante de un cuerpo visible, anima a la simiente. Esta simiente, como tal, no es un cuerpo sensible, sino más bien su receptáculo; se produce mediante el calor, y esto no por el arte sino por la naturaleza; no podría durar si es procreada por elementos corruptibles; es lo que deberían tener en cuenta los que buscan una Medicina incorruptible en cuerpos corruptibles e imperfectos de los animales, vegetales y minerales. Ninguna simiente puede crecer ni multiplicarse si se la priva de su virtud activa por un calor extraño: el pollo asado ya no engendra. Cada simiente no se mezcla nunca fuera de su reino; los metales no soportan ninguna mezcla de los vegetales; ni los vegetales de los animales, en su procreación.
Las simientes de todas clases están espiritualmente instruidas por el Creador para terminar mecánicamente el curso de su procreación en el tiempo determinado, mediante su tintura y su poder, que se manifiesta cuando se quitan los obstáculos; porque hay que apartarlos si debe hacerse una generación legítima, y no existe ninguna materia que no posea sus virtudes particulares y designadas para cooperar (si es pura) con la simiente y marchar de acuerdo con ella hacia el fin destinado por el soberano Creador, siendo imposible que esa virtud interior y exterior permanezca infructuosa si está bien dispuesta. La simiente se viste con un cuerpo elementario adecuado a ella, atrayendo por su virtud magnética el aliento que necesita. Todo esto que acaba de decirse obra sobre los alimentos pasivos, que son la tierra, maciza y grosera, y el agua de iguales cualidades, cuya concentración con los principios activos en una misma materia inseparable, es la obra maestra de los filósofos, o más bien de la gracia y omnipotencia del Eterno, nuestro Dios.
De los tres principios de la naturaleza así bosquejados, hay que considerar en la naturaleza de las cosas elementarias tres accidentes, que son: la generación de cada cuerpo es particular, se hace de su propia simiente, y esto en su propia matriz; porque si la simiente no es correcta, o la matriz pura y natural, no se puede hacer ninguna generación. La simiente animal requiere una matriz animal; la simiente vegetal precisa una matriz vegetal, y la simiente mineral ha menester una matriz mineral, todo lo cual debe tenerse bien en cuenta para evitar los errores vulgares, y es precisamente una matriz buena y conveniente la que responde en un todo a la simiente de su reino. ¿Y cómo habría de fracasar para producir su semejante una simiente natural y legítima, debidamente purificada de sus accidentes extraños y nocivos, colocada, ya sea por la naturaleza sin artificio, o bien por el artificio de acuerdo con la naturaleza, en su verdadera matriz?
Diariamente vemos a los jardineros y labradores que operan injertando y sembrando en buena tierra, producir lo que aquellos que erróneamente se llaman a sí mismos grandes filósofos, ignoran cómo hacer en el reino mineral. Mas también es imposible, sin la naturaleza, aumentar y hacer crecer por todos los artificios alguna generación, que este artificio se conforme totalmente a la naturaleza, que contiene el orden que el Creador eterno ha prescrito a las criaturas desde el comienzo; ninguna de ellas, ni los mismos Ángeles bienaventurados, tienen el poder de cambiar nada en dicho orden.
Por tanto, que quienes ignoran tal orden lo aprendan antes de aventurarse a tentar nada contra el mencionado orden, y si no lo pueden comprender o aprender, harán bien dejando a la naturaleza que obre la generación sin ellos, ya que igualmente se efectuará sin ellos, y opinión suya aparte. Tengo lástima de esos miserables que quieren copiar un original que les es desconocido y trabajar en una operación de la que no sabrían ni hablar siquiera.
Como conclusión, diré que aquellos que deseen trabajar imitando a la naturaleza, deben conocer primeramente las simientes y después también las matrices, y entonces, si escogen la verdadera simiente, tal como la naturaleza la ha formado, y si ponen dicha simiente bien purgada y bien acondicionada en esa matriz, encargando la cocción a la naturaleza del fuego inherente en ellos, entonces, digo, podrán alcanzar un éxito favorable. En esa materia no basta conocer la simiente particular de cada cuerpo de los tres reinos de la naturaleza que corrientemente lo tiene inherente en sí mismo; menester además conocer la simiente del Espíritu universal que él infunde admirablemente a los animales, los vegetales y los minerales, sin el que nada subsiste ni se engendra; porque ese Espíritu, ese quinto elemento, ese instrumento del Eterno, es absolutamente imprescindible en la procreación de las cosas. Así como contiene la tintura universal de las simientes, tiene también el poder de obrar sobre lo universal, y debe razonablemente servir de base a la Medicina universal, la que nunca nadie sacó, ni sacará, de un cuerpo particular de los animales, de los vegetales, ni de los minerales.
Nada puede nacer de ninguna simiente, si no se pudre mediante un calor natural y suave cuando su sal, previamente disuelta en un licor conveniente, penetra por ese camino la sustancia de la simiente hasta que el espíritu inclinado se forme con su materia un habitáculo apropiado a la multiplicación de su especie. Los animales se multiplican por los animales, los vegetales por los vegetales y los minerales por los minerales; es menester que esto se haga por orden en cada especie, como se ve que el Eterno lo ha ordenado (Génesis, 25); no se efectúa putrefacción sin solución, ni solución sin licor; pero este licor debe ser proporcionado a cada especie, ante todo, de acuerdo con su esencia o su calidad, después, según su cantidad...
El segundo artículo necesario a esta generación es el fuego, que debe ser lento y suave, para que el licor que contiene la sal natural de la materia no se separe de ella al evaporarse, lo que causaría la muerte en lugar de la vida. La matriz que contenga la simiente debe estar bien cerrada para concentrar la virtud del espíritu actuante y la materia no debe ser sacada para nada de su matriz, donde trabaja en su putrefacción; porque si sacáis el grano de trigo disuelto durante su putrefacción en la tierra, perecerá. La virtud de las simientes varía según la de las matrices. Las simientes deben ser iguales, tanto el macho como la hebra, sin mezcla, por temor a que la confusión de las especies engendre monstruos. La generación es seguida de la regeneración; es natural o artificial. La natural se efectúa con la única intervención de la naturaleza cuando las simientes en madurez caen a tierra y renacen multiplicándose; la artificial es cuando el obrero opera por medio de la naturaleza e imitándola, y preparando las matrices, como hace el labrador escardando, abonando, regando y preparando la tierra. Así el Filósofo debe tratar su tierra filosófica, cuyos poros son cerrados y compactos; debe humedecerlos, penetrarlos, ablandarlos, hacerles sutiles; nutrirla y hacerla madurar mediante dicha nutrición, haciéndola más que simplemente perfecta capaz por medio de esta regeneración, de multiplicarse a una segunda vida. Ese es el Fénix que renace de sus cenizas; ésa es la Salamandra que subsiste en el fuego; ése es Camaleón universal que tiene el poder de revestirse de todos los colores y propiedades que le opongan.
Considerad la relación admirable que tienen las cosas eternas y las temporales, las espirituales y corporales las inmateriales, y ved según las luces que Dios nos ha dado si no hallaréis la imagen, aunque imperfecta, de las cosas superiores en las inferiores. El hombre corrompido por el pecado y sujeto a perdición, debía, mediante la regeneración, remontarse a la gloria de la vida y claridad divinas, de las que se halla secuestrado; por eso, para conseguirlo, ha sido necesario que la palabra inmaterial de Dios descendiese (por decirlo así) del Cielo y se hiciese carne a fin de que ella tomase satisfacción de esta carne perfecta y sagrada para los hombres imperfectos y condenados, los cuales siempre que por la fe se incorporen espiritualmente la perfección y el mérito de esa palabra encarnada, participan de su Eternidad y de su gloria, mientras que los que no participan permanecen en la perdición.
Ved, digo cómo ésta maravilla inefable e incomprensible de la sabia Providencia de Dios nos es esbozada y descrita en la criatura subalterna. Para dar (por ejemplo) a los cuerpos imperfectos y corruptibles la perfección y la constancia de que carecen, ¿no es menester que el Espíritu universal y celeste tome su forma y les haga renacer para subsistir, por medio de la regeneración en la segunda vida, como vemos diariamente en los reinos de los animales y de los vegetales? ¿Y la cábala de la filosofía no hace ver a los enterados que este Espíritu universal, incorporado, por una manipulación tan admirable como oculta, a la tierra filosófica, la lleva por los grados que le dicta el curso prescrito de la naturaleza a esa perfección que, hecha suya en seguida por los cuerpos defectuosos y perecederos, les hace renacer a una nueva vida, en la que se hallan fuera de la jurisdicción de los elementos transitorios? Esta reflexión ha descrito la encarnación del Hijo eterno de Dios antes de que fuese manisfestado en la carne, a los Filósofos paganos y obligó a los Magos de Oriente, cuando su aparición, a distinguir y reconocer su estrella y a ir a adorarle a Bethleem.
Esta madura reflexión debe llevarnos también a reconocer la misteriosa armonía de la palabra revelada inmensamente y, en una palabra, de las obras espirituales y materiales del Eterno, nuestro Dios, del que incesantemente debemos alabar la Majestad muy elevada que se ha manifestado a nosotros, pobres criaturas indignas, de un modo soberanamente excelente, a fin de prepararnos para magnificarlo algún día en su reino espiritual, como ahora lo magnificamos imperfectamente en su reino material.
DE LA CONSERVACIÓN
Ahora viene la conservación de las criaturas elementadas, que se hace por las mismas cosas que la generación. Pero como esta conservación se efectúa mediante la absorción de las materias exteriores, hay siempre alguna materia de la cual se apropia y se la incorpora como conveniente a su naturaleza, y alguna materia que rechaza como inadecuada a su naturaleza. El alimento que efectúa esta conservación, es espiritual o corporal; el último es visible y palpable, el primero invisible e impalpable, pero de dos clases diferentes, una de ellas, inherente a la materia nutritiva, es menos depurada; la segunda es bastante más pura puesto que el Espíritu universal, presente en todas las cosas, que es como el gobernador de este espíritu particular y el lazo que une el material visible con el material invisible, es decir, el cuerpo junto con el Espíritu.
Cuanto más puros son los elementos y alimentos que nutren algún cuerpo, y desprovistos de impurezas, tanto más perfecta es la nutrición. Lo más capaz de perfeccionar este alimento es la simplicidad de su composición cuando no está hecha de muchas especies diferentes. Cuando este alimento es excelente, puede causar una renovación total en el cuerpo que se apropie de él. La serpiente se renueva o rejuvenece cambiando de piel; el hombre hace otro tanto cuando por la absorción de una Medicina excelente y universal, su cabello blanco se cambia en negro y su piel arrugada en una tez fresca. Lo mismo reverdecen las plantas con la aplicación de la Medicina universal, y el oro se rejuvenece cuando se transforma en licor de Mercurio por el beneficio del fuego. Podría decir muchas cosas acerca de esta conservación, si no temiese hacer un libro en lugar de una carta.
DE LA DESTRUCCIÓN
Falta hablar de la destrucción de las cosas elementadas, que corrientemente e efectúa por su contrario, cuando una de las cualidades se sobrepone a la otra. Se lleva a cabo, o por medio de la disolución, o por la coagulación; si esta disolución es grosera, la destrucción se hace por medio de heridas, caída, fracción o desecación; la disolución delicada se produce por corrosión y por inflamación. Sin embargo, existe una disolución suave que se efectúa por el camino de la naturaleza y transplanta el cuerpo a una naturaleza más constante y perfecta. La coagulación, en cambio, causa una destrucción cuando el líquido se coagula en forma que esto provoca la destrucción como consecuencia, en tanto que los espíritus y los vapores se desecan o se encierran por obstrucciones.
DE LOS ASTROS
Terminada esta consideración, se dirigen los ojos, con justicia, hacia las operaciones superiores de las Estrellas destinadas a infundir en los tres reinos sus propiedades distintas para la propagación de sus diversas simientes. La luz inherente a esos cuerpos no puede reposar, sino que continuamente trabaja para elevar la luz inherente a los cuerpos particulares, así como ésta trabaja en atraer la superior. Esta influencia es un espíritu dotado del poder de comunicarse por medio de los rayos de los cuerpos sublunares. Cuando dichas influencias son sencillas, es decir, de una sola Estrella, no obran sino sencillamente. Pero la influencia combinada de los rayos de diferentes Estrellas que unen sus rayos, obran diversamente en los cuerpos inferiores, ya para apresurar, ya para impedir las acciones. Las Estrellas fijas son aquellas cuyo movimiento es menos perceptible por razón de su tardanza, que representa intervalos y las figuras siempre resultan las mismas.
Para abreviar, os remito a quienes de tratarlo más ampliamente hacen profesión, deseando decir sólo dos palabras de los Planetas, que son Estrellas cuyo movimiento es visible, su efecto notable, tanto para perjudicar como para beneficiar; su aspecto es muy poderoso, ya sea recto o colateral, ya que obre por conjunción o por oposición. Los principales son el Sol y la Luna, de los que el primero puede llamarse fuente abundante de luz y de calor. El alma del mundo, o Espíritu universal, posee poderosamente a este astro, que se lanza por sus rayos para dar vida y movimiento al universo. Las virtudes de todas las cosas son inherentes al Sol, y su movimiento regula el de las estaciones y de los cuerpos que están bajo la clave de las estaciones. Y como Dios ha querido que las cosas superiores tuviesen su imagen en las inferiores, resulta que se ve una del Sol en el oro, que posee las dilatadas virtudes del Sol, encerradas en su cuerpo, las cuales, reducidas de potencia a acto, tienen poder suficiente para devolver con amplitud a los cuerpos imperfectos o enfermos la virtud solar y vivificadora que les falta. El Sol, por su virtud magnética, atrae a los espíritus más puros y los perfecciona para enviarlos de nuevo por sus rayos, para restaurar y hacer aumentar los cuerpos de las criaturas particulares.
La Luna saca su luz y sus influencias del Sol, y los envía de noche a la tierra: asimismo marca con su movimiento acortado los meses. Esta Eva sacada de la costilla de Adán (o Sol) desempeña, en la operación antes mencionada, el oficio de la hembra, y preside en la materia húmeda, femenina y pasiva, tal como lo hace el Sol en la materia seca y activa.
Los planetas menores son, ante todo, los Heterodromos, que cumplen su carrera con un movimiento diverso y desigual, son: Júpiter, Saturno y Marte. El primero termina su recorrido en doce años, el segundo en treinta y el tercero en dos años.
Los Homodromos, que hacen su camino con una velocidad casi igual, son Venus y Mercurio. El primero termina su circulo en un año y el segundo lo mismo. Hablando de los metales, quizá diga unas palabras respecto a su afinidad y armonía con los Planetas. Sin embargo, dejando aparte a los Meteoros, me contento con deciros en general que se engendran el aire como los minerales en la tierra, de los vapores, y se reducen por la virtud de las Estrellas y de ciertas formas; son de cuatro clases, según los Elementos: los Cometas y Estrellas fugaces, que son rayos de la naturaleza del fuego; el viento de la del aire; la lluvia y el granizo del agua; las piedras, de los rayos y de la tierra.
DE LOS TRES REINOS DE LA NATURALEZA Y
EN PRIMER LUGAR, DEL REINO MINERAL
Terminada esta contemplación (en lo que dejo el campo libre a vuestras meditaciones), quedan por considerar las cosas elementales inferiores que componen los tres reinos de la Naturaleza, a saber: el animal, el vegetal y el mineral.
Comencemos por el último, y observemos que cada metal oculta espiritualmente en sí a todos los demás porque proceden de una misma raíz, a saber: del azufre, de la sal y del Mercurio. El Mercurio es un licor craso, que, si está bien preparado, no puede ser consumido por el fuego; está engendrado en las entrañas de la tierra, y es espiritual, blanco en su apariencia, húmedo y frío, pero en efecto y en poder, cálido, rojo y seco. El Mercurio recibe en sí de buen grado las cosas que son de su naturaleza y se las incorpora. Esta agua metálica traga ávidamente a los metales perfectos para servirse de su perfección para su propia exaltación; la naturaleza, como a todas las criaturas, le ha impreso el instinto de tender por la vía legitima al mejoramiento y multiplicación de su especie. El azufre que engorda al Mercurio, es el fuego que le es inherente y natural, y que, mediante el movimiento exterior de la naturaleza, lo termina de digerir y madurar. No constituye un cuerpo separado, sino una facultad separada del Mercurio, y le es inherente e incorporado. La sal es una consistencia seca y espiritual, e igualmente inherente al Mercurio y al azufre, dando a este último el poder de digerir el primer metal.
Ahora bien, como en el curso de la naturaleza ordinaria y antes de la coagulación del metal, la sal es muy débil, Dios ha inspirado a los filósofos la idea de agregar al Mercurio una sal pura, fija i perfecta, para operar en poco tiempo lo que la naturaleza no hace sino con un trabajo de varios años. La generación de los metales se efectúa así: el Espíritu universal se mezcla al agua y a la tierra, y de ello extrae un espíritu graso que él destila en el centro de la tierra, para realzarlo de allí y colocarlo en su matriz conveniente, en la que se digiere en Mercurio, acompañado de su sal o de su azufre, de la que a continuación se forma el metal, lo cual sucede cuando la tintura encerrada en el Mercurio se deja ver y nace, porque entonces el Mercurio se encuentra congelado y convertido en metal. Con frecuencia el Mercurio se carga en esta matriz con un azufre impuro que le impide perfeccionarse en oro puro o plata, a lo que contribuye la influencia de los Planetas menores y la constitución de la matriz, y le hacen que se convierta en plomo, hiero o cobre, que no sufren el examen del fuego. Esta decocción requiere un calor extremo continuo y atemperado, el que secundado por el espíritu metálico interno, y cuando subsisten en un lugar que les es adecuado. La destrucción de los metales se produce por medio de las cosas que no tienen con ellos ninguna armonía, como son las aguas y materias corrosivas, en lo cual los curiosos deben fijarse bien.
El oro es un metal perfecto, cuyos elementos se encuentra tan generalmente equilibrados que no predominan el uno sobre el otro; por eso los antiguos Filósofos buscaron en este cuerpo perfecto una Medicina perfecta y que no se halla en ningún otro cuerpo sujeto a ser destruido por cualquier desigualdad, porque una cosa sujeta a la propia destrucción no podría dar a otras una salud o un mejoramiento consiguientes. El asunto está en hacer al oro viviente, espiritual y aplicable a la naturaleza humana, cualidades que no posee en su naturaleza sencilla y compacta; para alcanzar dicha perfección, debe ser reducido en su hembra a su primera naturaleza, y rehacer por retrogradación, camino de la regeneración, del que antes hablé. El oro muerto, por sí mismo, no sirve para nada y es estéril; pero convertido en viviente, puede germinar y multiplicarse. El espíritu metálico vivificante está oculto mientras reside en un cuerpo compacto y terrestre; pero reducido de su poder a acción, es capaz de efectuar no sólo la propagación de su especie, sino también que a causa de sus elementos igualmente proporcionados, restablecerá la salud y el vigor en el cuerpo de los animales. Así como el Sol celeste comunica su claridad a los planetas, así se pueden comunicar su perfección y su virtud a los metales imperfectos. Por esa razón, los antiguos Cabalistas designaron los planetas y los metales con los mismos caracteres, y no sin gran razón el oro y el sol han sido figurados por un círculo entero y su centro, a causa de que el uno y el otro contienen en sí las virtudes de todo el Universo: el centro significa la tierra y el círculo el cielo. El que sabe reducir a su circunferencia las virtudes centrales del oro, adquiere las virtudes de todo el Universo en una sola Medicina. El oro parece y es volátil; esta naturaleza espiritual y volátil propiamente contiene su virtud medicinal y penetrante, porque sin disolución no hace nada.
El oro tiene una afinidad muy grande con el Mercurio, y basta juntarlos después de haberlos hecho puros y sin mancha, para unirlos íntimamente, por ser ambos incorruptibles y perfectos; uno de esos cuerpos es el inferior y el otro el superior, según dice Hermes; pero fijaos en que el oro, en su forma compacta, maciza y corporal, es inútil para toda Medicina o transplantación. Por ese motivo hay que usarlo en su forma volátil y espiritual. La redondez designa la perfección del oro, que lanza sus rayos diametralmente medidos del centro a la circunferencia, y las cuatro cualidades equilibradas por igual en el oro se indican con las cuatro líneas iguales colocadas en rectángulo, que forma el cuadrado equilateral; la Cábala secreta encuentra en la materia de este metal la forma probable y perceptible de la cuadratura del círculo. Mas como pocas personas son capaces de comprender los misterios ocultos, no conviene explayarlos a la vista de los indignos.
La plata, si bien es más perfecta que los demás metales, lo es menos que el oro, se relaciona con la luna celeste y posee su virtud, así como el carácter. Es muy útil en su especie a los Filósofos expertos. De igual manera que el oro tiene la naturaleza del Sol en el Macrocosmos y del corazón del Microcosmos, así la plata tiene la naturaleza de la Luna en el Macrocosmos y del cerebro en el Microcosmos, para el que constituye una medicina singular, si se la hace espiritual e impalpable.
Los Metales menores son: dos blandos, el plomo y el estaño, y dos duros, el hierro y el cobre; están compuestos por un azufre impuro y un mercurio no maduro. Cada uno está dotado de un espíritu limitado en cierto grado, no domina en las curas Filosóficas más que sobre las enfermedades en las que preside un espíritu subalterno el que es inherente a uno de esos metales.
Las piedras preciosas son diferentes por razón de su digestión, y son diáfanas a causa de que han sido congeladas del agua pura con el Espíritu del Universo, dotadas de cierta tinturas, no del todo diferentes a las de los metales, lo cual les da el color y la virtud. as piedras comunes y no transparentes han sido congeladas de tierra grasa e impura, mezclada con una humedad tenaz y glutinosa, lo que una vez deseada compone la piedra dura, blando o arenosa, más o menos según la cantidad o calidad de la mencionada humedad.
Los minerales son las materias que no son ni piedra ni metal. El vitriolo, el mercurio común y el antimonio, participan en mayor grado de la materia metálica. El último es la matriz y la vena de oro y el seminario de su tintura; ambos contienen una Medicina excelente. La sal común, el amoníaco, la sal gema, el salitre y el alumbre les siguen y se engendran de las aguas saladas. En cambio, el azufre se congela de la sequedad pura terrestre. En cuanto a betún, se encuentra en varias clases; es un jugo de la tierra, tenaz y susceptible del fuego; lo hay duro y líquido; el primero es el asfalto, el pisasfalto y el ámbar amarillo; el segundo es oleaginoso como la nafta y el ámbar arábigo. Los minerales de la tercera especie son el oropimente, la sandaraca, el yeso, la tiza, la tierra de Armenia y la tierra.
REINO DE LOS VEGETALES
Después de la contemplación del reino mineral bosquejada superficialmente, con el vegetal, por temor a que esta carta se convierta insensiblemente en un libro en las manos de un hombre que no los hizo ni los hará jamás.
Los vegetales son cuerpos que tienen raíz en la tierra y echan su tallo, hojas, frutos, y flores en el aire. Su simiente interna, ayudada por un calor exterior, y sobre todo animada por el Espíritu universal, mediante la influencia de los Astros, se deja ver en la propagación de su especie. Observad por vosotros mismos en las partes de un vegetal, sólidas y líquidas, espirituales o corporales, su bálsamo natural, que las agita con su humedad o el Mercurio que las humedece y sostiene. Su anatomía os enseñará con su solidez su carne, en sus ligamentos como las arterias y las venas que sirven para los actos que en ellos ejecuta el espíritu universal. El total de sus miembros está formado por la raíz, el tallo, la corteza, la médula, la madera, las ramas, las hojas, las flores, los frutos, el musgo, el jugo y la goma; de ahí que vuestra meditación os dictará de acuerdo con lo que antes dije tanto con respecto al universo de las criaturas como a las criaturas en particular, lo que hay que observar concerniente a su generación, conservación y destrucción.
Están sujetas a las estaciones que retardan o aceleran según sus propiedades, sus cualidades inherentes a cada planta por separado, para hacerla seguir su camino destinado desde la fundación del mundo. No se hubiera terminado de hablar nunca de sus especies y virtudes diferentes, como también de su naturaleza y constelación, o bien de distribuirlas y arreglarlas bajo los Astros que dominan a cada planeta en particular, y demostrar a los sentidos que las naturalezas se relacionan con diversas enfermedades y con la armonía de los espíritus subalternos que gobiernan las perfecciones de las plantas y las imperfecciones de las enfermedades; pero ese camino a pesar de ser maravillosamente hermoso y agradable es demasiado largo y no hace más que dar vueltas alrededor del centro cabalístico, al cual se llega por un sendero infinitamente más corto y cómodo, si se observa exactamente el comienzo el final de esta carta. Según mi opinión, teniendo la clave de la ciencia general, se penetra con facilidad en las propiedades de las criaturas particulares, pero es muy difícil trepar de lo particular a lo general, porque, claro está, se desciende con más facilidad de la que se tiene para subir, y da siempre mucho más trabajo hablar al mismo Príncipe que a sus criados.
EL REINO ANIMAL
El animal es un cuerpo móvil y se nutre de los vegetales y los minerales, porque estos dos últimos participan los unos de los otros. Como enumerar al detalle las partes y las especies sería un trabajo amplio y grande, sólo tocaré al pasar. Los animales están compuestos del cuerpo y del alma; el primero es, en realidad, el habitáculo del segundo. Los cuerpos son todos penetrables para las almas animales, y tienen partes más o menos condensadas y relativas a los elementos de Macrocosmos. Los huesos, que es lo más seco que tienen, son semejantes y cercanos a la tierra. Los cartílagos son partes menos duras que los huesos y flexibles, como también los ligamentos, membranas, nervios, arterias y venas; para lo cual me remito a los anatomistas, como para las otras partes en las que hablaremos que se relacionan con los elementos: las secas con la tierra, las húmedas con el agua y las espirituales con el agua o el fuego. Los espíritus animales son vapores sutiles: los hay superiores e inferiores; éstos son, o acuáticos o terrestres, y presiden en las partes del cuerpo que más les convienen, a semejanza de los espíritus del Macrocosmos, que contribuyen sus funciones a los elementos de los que sacan su origen. El espíritu del fuego o celeste, reside en el corazón y anima a los demás por su actividad; actúa exactamente en el Microcosmos como lo hace en el Macrocosmos, con la diferencia de que en el uno es particular y en el otro vegetal, donde tiene lazos con los espíritus subalternos del gran mundo, porque cada animal puede calificarse como tal, aunque mucho más imperfectamente que el hombre, el único hecho a semejanza de Dios. Con trabajo me privaré de hablar más de lo que deseaba hacerlo del alma sensitiva y de su diversidad con la razonable.
El alma sensitiva es una sustancia espiritual, y como tal reside en el cerebro, y domina a los espíritus animales por ser instruida y capacitada por el Creador para el sentimiento, el apetito y la emoción. Para llamarla por su nombre, es una chispa del espíritu universal, salvada por el Soberano de la esencia del cielo sidéreo e impresa en la simiente animal para regirla en la clase en que está colocada; los rayos de dicha alma no alumbran más allá de los límites de sus espíritus animales, porque hasta el mismo hombre animal no comprende las cosas que son del espíritu de Dios; porque como dicha alma animal no es más que de la clase sidérea, no sabría elevar su vuelo por encima de su patria. Todo lo contrario, es menester que todas las facultades animales y terminadas estén como adormecidas y regeneradas cuando el alma razonable se eleve a Dios y se prosterne ante el Trono de su Majestad para obtener de él las luces espirituales. De suerte que los rayos de esta alma sensitiva o animal sufren, para residir en los espíritus animales y elementarios, una mezcla muy grande de las tinieblas adheridas a la materia crasa e impura, lo cual la hace menos sutil y penetrante, impidiéndole que conozcas las cosas más que por la superficie. El reflejo de esos rayos inflama la imaginación y conmueve al apetito que hace de voluntad en el alma y causa la emoción de las partes corporales que dependen de ella, de acuerdo con los órganos y su perfección o defecto, por lo que unas actúan más o menos perfectamente que las otras.
El hombre es la más perfecta de las criaturas, su cuerpo está más excelente y delicadamente organizado que el de los otros animales, siendo esto requerido por sus funciones dominantes. La materia de ese cuerpo no es diferente en nada a la de los otros animales, pero sí la forma, para cuyas partes me remito a los que sobre ello han compuesto volúmenes, por temor de hacer un de repeticiones.
Su alma razonable es de naturaleza sidérea, dotada por el Creador de la facultad de comprender lo que sucede bajo el cielo Empíreo y lo que el Macrocosmos contiene. Cuando el Creador formó al hombre (Génesis 2 v. 7) de tierra, no se dice que hiciera su alma de ninguna materia, sino que se la infundió, soplando en sus narices un soplo de vida, por lo cual el hombre fue hecho de alma viva e inmortal; si ella es pura, digo, es capaz de conocer lo que es el Macrocosmos y juzgarlo. Puede ejercer sus operaciones intelectuales concentrada en sí misma y sin la ayuda de los sentidos exteriores o materiales, lo que no sería capaz de hacer el alma animal, porque atados sus sentidos, todas sus funciones están detenidas. El alma razonable es un espejo que representa las cosas muy alejadas, lo cual no sabrían hace los sentidos materiales, ella penetra por un razonamiento sólido, hasta en las cosas invisibles e impalpables. Mientras ocupa sus facultades en las cosas materiales, le cuesta trabajo elevar su mirada a las cosas sublimes, pero si halla asistido de la gracia divina para desembarazarse de ellas, entonces puede emplear todas sus fuerzas y actuar vigorosamente. Porque así como los astros superiores e inferiores, quiero decir, los generales y los particulares, extraen su luz y su vida de la luz concentrada del Sol. Así las almas razonables no pueden nada por sí solas si no están iluminadas por los rayos de la gracia del Sol de Justicia, nuestro Señor Jesucristo, por medio de su Espíritu Santo.
La Providencia admirable del Padre de la luz ha querido que hacia el fin del tercer día y como al comienzo de las cuarto de la creación, la luz, antes difusa, tomase forma en el sol que alumbra el mundo temporal, y que hacia el fin de los tres mil años después de la creación, la Majestad divina tomase carne para iluminar y regir al mundo eterno. Y como nuestras almas son eternas, constituyen (hablo de los Elegidos) desde esta vida, habitáculos y templos del Espíritu Santo, que las conduce y perfecciona, así como el espíritu del Universo hace con los espíritus materiales.
¡Oh! Cuán dichosos seríamos si el maldito pecado no oscureciese la claridad de nuestras almas, que después de ese desdichado accidente no conocen más que en parte y por cierto muy imperfectamente. Todo, digo absolutamente todo, lo que nos queda de la excelente luz que el alma ve en su creación, nos es dado por obra de la pura misericordia Dios y según su agrado, sin lo que nuestra alma embrutecida estaría como confundida con la animal y bajo su dominio para vivir y morir con ella; porque ella lo precipita a la muerte, de igual modo que del otro lado el alma regenerada por el espíritu de Dios vivifica y eleva el alma animal a la vida eterna. Los que desearen perfeccionar su alma, deben dirigirse con firme fe a Dios, y despojarse del residuo del pecado con un serio arrepentimiento para obtener el Espíritu Santo, que es el galardón seguro de su salvación y los conduce de gracia en gracia y de luz en luz, hasta que habiendo depositado, de acuerdo con el orden presente la crasitud perecedera que vela a alma, puedan revestirse en la segunda vida del mismo cuerpo, pero purificado y hecho espiritual, a fin de presentarse ante el Trono del Eterno y magnificarle y glorificarle en toda eternidad. Su paternal misericordia nos conduce a ello por el amor de su Hijo amado, Jesucristo, para el cual, son el Padre y el Espíritu Santo, sean el honor y la gloria para siempre jamás.
La generación en el reino animal es asaz visible, y como hallaréis de ella descripciones sencillas, me dispenso hacerlas. La conservación de los animales se hace por medio de los elementos, de los alimentos y de los medicamentos, cuya cantidad y calidad les causa más o menos bien y mal. Su destrucción se hace cuando uno de los principios predomina sobre el otro; esta desigualdad causa su equilibrio. Donde abunda la humedad, vienen las enfermedades que de ella participan, como catarros o hidropesías; si el fuego, fiebres ardientes; lo que debe guiar en la busca de las curas al espíritu de los curiosos hacia el remedio capaz de restablecer y conservar ese equilibrio de los principios que causa la salud.
Falta mencionar la armonía de las cosas, que es una materia tan amplia como hermosa y útil. Todo lo que acabo de deciros más arriba habla precisamente de ello, y aunque no dijera más sobre el tema, creería haberlo satisfecho con amplitud. De todos modos, para contestar vuestra curiosidad, os diré, en forma de epílogo, que debe haber gran relación de una persona a otra puesto que la materia no difiere sino tan sólo la forma. Aun los mismos elementos sacados de un caos común no difieren entre ellos sino en razón de su disposición. Todas las cosas han emanado de la unidad y a ella vuelven. Esta contemplación es como la clave de los mayores secretos de la Naturaleza, en la que vemos que todo está ordenado en el tiempo, en la medida y en el peso. Observando la generación, la conservación y la destrucción de los tres reinos de la Naturaleza, veréis que concuerdan por entero entre sí en cuanto a este punto; nacen de los tres principios de la Naturaleza, donde el activo hace de macho y el pasivo de hembra, por el calor interior de la simiente y por el exterior de la decocción; no importa que el origen sea diferente en forma, como también las criaturas lo son entre sí. Ellos subsisten y son conservados por la atracción del bálsamo semejante al que les es inherente, que les sirve de alimento, por el calor exterior, y que fortifica al interior, conservando en equilibrio los humores. Son destruidos por la atracción de la intemperancia residente en los alimentos y elementos que el Eterno ha maldecido (Génesis, 3, 27), a causa del pecado del hombre, por la disminución de los órganos y el desequilibrio hereditario de la sangre. Le es preciso a cada cuerpo de los tres reinos la simiente, la matriz, su movimiento, su calor doble y proporcionado, de suerte que no difieren entre sí más que por la situación que el Creador les ha dado con su forma y la intención de multiplicarse cada uno en su especie (Génesis, 1, 22).
No basta conocer la armonía de las cosas terrestres esenciales sino que hay que observar su concierto con las superiores. El Sol elementario tiene una semejanza muy grande con el central; se envían uno a otro sus rayos y atracciones por una reverberación continua y recíproca, para facilitar con ese movimiento la propagación de las criaturas. La Luna y las Estrellas tienen igualmente un continuo comercio con las potencias astrales inherentes a los cuerpos sublunares, donde residen espíritus, relacionándose en virtud e inclinación los unos con los otros. Considerad en segunda la armonía de los espíritus y de los cuerpos con sus operaciones paralelas, como rápidamente lo he apuntado más arriba. Y sobre todo, admirad la relación del mundo espiritual con el material, el uno lleva la imagen del otro, y lo que algún día aparecerá exaltado en el mundo superior, se ven en cierto modo bosquejado en el inferior. El Sol elementario preside la dirección del mundo eterno; el tiempo es un movimiento, su dirección del mundo eterno; el tiempo es un movimiento, su director creado es móvil, y la Eternidad consistente en un reposo constante está regida por el inmutable, que ha sido, que es y que será el mismo de siglo en siglo. Cuando él aparezca inmediatamente en la persona glorificada de su Verbo eterno, en la carne, como aparece mediatamente en los instrumentos materiales, dispuestos para la dirección de la obra admirable de la Creación, su inmensa luz eclipsará a la que él distinguió del caos para regular el movimiento de tiempo, el cual terminará en el mismo instante en que el fuego de esta nueva claridad incomprensible destierre lo perecedero y lo oscuro, exaltando nuestros cuerpos a esa luminosa diafanidad de la que su bondad paternal ha hecho ver una muestra admirable (Mateo,17, v. 2, y Marcos, 9, v. 3), como también (2Reyes, 2, v. 11), donde la presencia del Eterno en el transporte de Elías ha obrado sobre él casi de la misma manera. Entonces, como todas las cosas emanadas de la unidad incompresible del Eterno habrán cumplido su camino en la armonía del Macrocosmos inferior, volverán a la unión purificadas de las tinieblas, las que tendrán el lugar de tierra condenada en esa nueva creación, y servirán de habitáculo a los espíritus de los hombre malignos, excluidos de la luz y presencia del Eterno. Así los Ángeles y los hombres bienaventurados habitarán en la gloria incomprensible para alabarle, bendecirle, y exaltarle para siempre. Que su Bondad y misericordia paternales quieran perdonar nuestras ofensas y colmarnos con los bienes de su casa por el amor de su Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo, tengan gloria y honor para siempre jamás. Amén.
He ahí, Señor, el extracto de mi lectura de los Filósofos, sencillo y sin afectación de adorno ni de ostentación, del que os hago obsequio tan de corazón como soy, Señor, vuestro, etcétera.
Thursday, June 26, 2008
CARTA FILOSÓFICA
Postado por André Figueiredo às 6:51 PM
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